Espacios narrativos CYL

Lugares literarios de Castilla y León

El río del olvido

  • Año:
  • Espacio real:
  • Espacio imaginario:

  • Autor
  • Llamazares, Julio


  • Textos representativos

    TEXTO 1:

    El paisaje es memoria. Más allá de sus límites, el paisaje sostiene las huellas del pasado, reconstruye recuerdos, proyecta en la mirada las sombras de otro tiempo que solo existe ya como reflejo de sí mismo en la memoria del viajero o del que, simplemente, sigue fiel a ese paisaje. (13)

    TEXTO 2:

    Pero, sentado en el rincón de la terraza, a la sombra de los tilos que plantara hace ya un siglo el abuelo de la actual dueña, al viajero no le cuesta gran esfuerzo concentrarse y, de ese modo, van poblando poco a poco su cuaderno los dueños de La Dama de Arintero, el Señorito de Otero, el de la División Azul, Basilio Sierra, Domingo el hospiciano, tía Lina, goro el ciego, Florencio, Quitapenas, Ovidio y su linterna y, cómo no, las lavanderas de Aviados y el revisor del hullero. Como en los cuentos infantiles, los personajes que el viajero cruzó ayer por el camino —y los que simplemente creyó ver mientras dormía— vuelven a cobrar vida y saltan de sus ojos al cuaderno y del cuaderno a las acacias y a las sillas. El viajero, pues, ya no está solo en la terraza con los gatos. (108).

    TEXTO 3:

    Durante algunos años, el cuaderno de aquel viaje permaneció guardado hasta que, un día, pasados algunos años, decidí retomarlo para convertirlo en libro. La versión que de aquel viaje se ofrece pues en él no es sólo la memoria del paisaje –los paisajes- del Curueño, sino también la memoria del camino. Memoria de un paisaje que un día volví a ver con la sospecha de haber regresado a un río y a un mundo desconocidos y memoria de un camino que recorrí con la convicción creciente de que los caminos más desconocidos son los que más cerca tenemos del corazón. (14).

    TEXTO 4:

    El viajero va cruzando por las calles viejas sombras del pasado que permanecen, como ella, igual en su recuerdo. (El río… 91).

    TEXTO 5:

    El viajero es un lobo estepario que gusta de andar solo los caminos de la vida. Pero a veces, como ahora, le gustaría también tener una mujer y una familia, aunque fuera solamente para comer cocido, igual que todo el mundo. (43)

    TEXTO 6:

    El viajero, a fuer de ser escéptico, es hombre sosegado y apacible (salvo que alguien se empeñe en buscarle las cosquillas) y, como de momento esto no ha ocurrido aún, lo único que busca al caminar por la calzada es la belleza pura y dura de la piedra y del paisaje y la tranquilidad antigua de un camino por el que no circulan ni personas ni vehículos. Un camino solitario y olvidado –y borrado en ocasiones por el manto de las urces- por el que sólo él y algún perro perdido acompañan los ecos de la historia en este mediodía de verano lleno de mariposas y de nubes. (113).

    TEXTO 7:

    Mientras ojea los recortes, el viajero recuerda a las mujeres de La Mata […] sentadas a la puerta de sus casas, desplumando a los gallos en las tardes de verano, como depositarias de un arte matriarcal y milenario transmitido como un rito a lo largo de los siglos. El viajero las ve aún sentadas en sus sillas, con los gallos sujetos fuertemente entre las piernas, arrancándoles las plumas una a una, y piensa, arrepentido, si estos gallos que ahora oye a través de la ventana –y los que en el pajar le despertaron hace un rato— no serán aquellos mismos, que han vuelto desde el fondo de los ríos para saludarle, como entonces, con sus cantos en su regreso a los paisajes de una infancia ya perdida. (65).

    TEXTO 8:

    El viajero, a fuer de escéptico, es hombre sosegado y apacible […] y, como de momento todavía no ha ocurrido, lo único que busca al caminar por la calzada es la belleza pura y dura de la piedra y del paisaje y la tranquilidad antigua de un camino por el que no circulan ni personas ni vehículos. Un camino solitario y olvidado –y borrado en ocasiones por el manto de las urces– por el que sólo él y algún perro perdido acompañan los ecos de la historia en este mediodía de verano lleno de mariposas y de nubes. (101).

    TEXTO 9:

    Una cultura de nieve, vieja como los árboles, que el río Curueño arrastra poco a poco hacia el olvido, lo mismo que ahora el viajero su soledad entre los arándanos. Una cultura de piedra –a la que pertenece y a la que no ha renunciado– y de bosques solitarios y animados como aquél de allá arriba en el que Curienno nace para correr, como ahora hacen los caballos por su cauce, en busca de la sombra mitológica de Polma, que en las verdes choperas de Ambasaguas está ya, desde hace siglos y milenios, esperándole. (196).

    TEXTO 10:

    Mientras el viajero sube, cansado ya del camino y de tantos días solo caminando, hacia el alto del puerto que marca en el horizonte el final de su camino y de su viaje, el río continúa por su lado, buscando entre los caballos y entre los bosques de hayas que bajan a beber hasta sus aguas ese prado mitológico y lejano en el que según la leyenda, tiene su fuente de sangre. (196).

    TEXTO 11:

    De vez en cuando, un ensanchamiento le permitirá al viajero salir del callejón sin horizontes en que caminará a partir de ahora. Pero, en lo general, las hoces de Valdeteja como llaman al brutal desfiladero que el Curueño atraviesa entre Tolibia y el puente del Balneario, apenas le permitirá otra cosa que la contemplación emocionada de un paisaje tan hermoso como sobrecogedor y tan espectacular como perturbador para el espíritu. A un lado y a otro, las peñas, calizas y amenazantes, apenas ya con algún arbusto mínimo prendido de sus salientes; arriba, un trozo de cielo, casi siempre ennubarrado y, abajo, entre las peñas, disputándose el minúsculo pasillo que éstas les vienen dejando, la carretera y el río y la calzada romana. La roca, caliza y gris, está llena de agujeros y de cuevas donde vivieron, hace ya miles de años, los primeros habitantes de estos valles […], y el pasillo se halla atravesado por las piedras y los puentes milenarios que dejaron de recuerdo los romanos. (149).

    TEXTO 12:

    El nudo de los Puentes, en realidad, ya no existe. Los dos que aquí hubo en un tiempo y que servían para unir la calzada romana del Curueño con el camino que subía a Valdeteja los volaron en la guerra y ya sólo pueden verse, a ambas orillas del río, los muñones tajados de sus arcadas. (154).

    TEXTO 13:

    El valle de los Argüellos es el primero –y el más grande, y el más bello– de todos los que, en su curso, ha formado el río Curueño. Excavado por el río en las montañas, el valle de los Argüellos se aparece normalmente ante el viajero como un espejismo al final de las hoces. Normalmente también, el viajero que lo divisa suele detener su coche (o pararse, si sube andando, al borde de la cuneta) para admirar el magnífico espectáculo que se abre ante sus ojos de repente. […]
    Pero el viajero, además, ahora, está viendo el valle desde lo alto. El viajero, al contrario que el común de las personas, está viendo desde arriba (como si viajara en el avión que el otro día vio cruzar de este a oeste de las montañas) la vega de Lugueros y los negros tejados de pizarra de Tolibia y aun las propias crestas rotas de las peñas que rodean, como si fueran sus guardaespaldas, a la mítica Bodón, y no encuentra palabras para plasmar tanta solemnidad, tanta paz, y tanta grandeza.
     […]
    –Ya estoy acostumbrado –le dice, indiferente un pastor viejo que el viajero encuentra en la collada con su rebaño de ovejas.
    –Mejor será acostumbrarse a esto que a la meseta...–afirma, más que insinúa el deslumbrado viajero.
     –No crea– vuelve a contradecirle el pastor, que resulta ser extremeño (El río... 182-83).

    TEXTO 14:

    […] cuatro hippies que han llegado hace dos años a La Braña para vivir en armonía con el campo y con el cielo, pero que, a lo que parece, no guardan excelentes relaciones con los vecinos del pueblo: El otro día –dice Abilio– me metieron las cabras en lo mío y, porque fui a llamarles la atención, me dijo uno de ellos que todo era de todos y que nada tiene dueño. (171).

    TEXTO 15:

    Después de muchos años sin apenas regresar junto a su orilla, y de recordarle sólo por las imágenes de los ojos y por las fotografías, el Curueño, el legendario río de mi infancia, […] seguía atravesando los mismos escenarios y paisajes de mi infancia, pero yo ya no era el mismo. La memoria y el tiempo, mientras yo recordaba, se habían mutuamente destruido –como cuando dos ríos se unen– convirtiendo mis recuerdos en fantasmas y confirmando una vez más aquella vieja queja del viajero de que de nada sirve regresar a los orígenes porque, aunque los paisajes permanezcan inmutables, una mirada jamás se repite. (8-9).

    TEXTO 16:

    Por el camino de Carvajal, la noche va cayendo, el viajero reconoce cada curva y cada cuesta, pero, a pesar de ello no consigue evitar la sensación de volver ahora a La Mata como si fuera un forastero. Quizá porque él lo es, por condición, en todas partes. Quizá porque, en el fondo, en el país de la infancia todos somos extranjeros. (69).

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